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Las pruebas definitivas se han encontrado no en experimentos de laboratorio, donde las abejas podrían recibir dosis irreales de pesticidas, sino en campo abierto, concretamente en regiones de Europa y Canadá y las conclusiones son malas, muy malas. Para medir el daño potencial, un equipo de investigadores europeos estableció 33 lugares con cultivos de semillas de colza en Alemania, Hungría y Reino Unido asignados al azar para ser tratados con uno de los dos insecticidas más usados a nivel mundial o con ningún insecticida.
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