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Aquellos tenis Nike estaban casi podridos por la tierra, lo mismo el pants y la playera; sin embargo, apenas la vio, Luis Enrique Hernández supo de quién era la ropa que cubría el esqueleto que acababan de desenterrar, cerca de una barda, en el patio de su casa. Era su madre, la que hace 22 años, creyó, los había abandonado junto con su padrastro, en Xochimilco.
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