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Londres amaneció hundida en la mierda. Un hedor insoportable se extendió por la ciudad en el verano de 1858. El viento lanzaba ráfagas de aire fétido que se instalaba en las fosas nasales de sus habitantes. No distinguía entre clases sociales. Los niños de la calle que inspiraron a Dickens lo sufrían al igual que los privilegiados parlamentarios británicos.
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Maravillas de la ingeniería: el sistema que rescató a Londres de sus excrementos